6 de diciembre de 2024
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Finca de los Ángeles
Entre los elementos de este antiguo convento destacan el molino de aceite, la cilla o almacén, el palomar, las dependencias conventuales y la iglesia con su camarín de la Virgen, estos dos últimos primorosamente decorados por barrocas pinturas murales. Es un conjunto excepcional en la arquitectura religiosa y agrícola de la comarca complutense.
Las fundaciones dominicas en Alcalá de Henares
Tres fueron las fundaciones dominicas con las que llegó a contar la ciudad universitaria de Alcalá: el colegio de Santo Tomás de Aquino, del que dependía la finca que nos ocupa, el convento de la Madre de Dios y el Convento de Santa Catalina de Siena.
El colegio universitario de los dominicos de Santo Tomás de los ángeles y de Aquino fue fundado en la ciudad universitaria de Alcalá en 1529 por el deán de la catedral de Toledo, don Carlos de Mendoza. El primer emplazamiento estuvo situado en unas casa propiedad del fundador. En 1601 se traslada a la calle de los Colegios a un edificio construido a expensas del Arzobispo de Toledo García de Loaysa. En 1836 fue desamortizado, al igual que la finca de los ángeles, y transformado en prisión y taller penitenciario. La documentaci6n que albergaba fue trasladada a las dominicas de Santa Catalina, corriendo la mala suerte ya descrita. En la actualidad el edificio se encuentra en proceso de restauración para su uso como Parador de turismo.
El convento de Dominicos Recoletos de la Madre de Dios tiene su origen al igual que el anterior en una fundación de los Mendoza, en este caso por doña Juana de Mendoza, en 1562. Como es habitual en las fundaciones complutenses, la primitiva comunidad se asentó en unas casas provisionales hasta que se construyera un templo definitivo, que en este caso fue muy tardío pues se terminó de construir a principios del S. XVIII. En 1698 este convento fue incorporado ala universitario de Alcalá como colegio. Con la Desamortizaci6n fue transformado en juzgados y cárcel, uso que ha mantenido hasta su definitiva restauración como Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid. Resulta especialmente importante en este edificio la decoración de pintura mural conservada en parte de la iglesia y que nos recuerda a la de la finca de los ángeles.
El convento de Dominicas de Santa Catalina de Siena es de nuevo una fundación de los Mendoza, en este caso de Juana de Mendoza y Zúñiga en 1598. Pero como es habitual, la congregación no se instaló en su definitiva sede hasta 1604 en el palacio renacentista donado por Carlos de Mendoza, que data de 1529. Por este motivo este convento, la única institución dominica que resistió la Desamortización en Alcalá, no tiene ninguna relación arquitectónica con las demás fundaciones de la orden en Alcalá y Valverde, cuyos edificios presentan una arquitectura similar encuadrable en el Barroco de la segunda mitad del S. XVII. Arquitectura La estructura arquitectónica del conjunto es francamente interesante y original ésta singularidad proviene del doble uso de la finca: centro mariano y granja agrícola.
Evidentemente que este doble uso en una institución conventual no es algo nuevo. Es fácil recordar los grandes conventos rurales de la Edad Media fundados por órdenes religiosas como los cistercienses o los benedictinos. Pero en este caso nos movemos a una escala mucho menor.
La cilla se sitúa al norte del conjunto, es decir, en la zona más fresca. Es una gran sala rectangular, de unos 200 m2, soportada por cuatro pilares de piedra berroqueña sobre los que se levantan vigas de madera que a su vez crean una techumbre a modo de alfarje.
En el interior, en su lateral norte, se aprecia una ventana y un balcón que se comunican con las dependencias conventuales. Como antes comentábamos, estos elementos permitían al cillerero o fraile encargado del almacén vigilar los productos.
En el exterior, en el lateral Este, se abren tres arcos de ladrillo que forman una pequeña lonja cubierta. Este era el lugar donde se cargaban las mercancías al abrigo de las inclemencias. Precisamente en este punto comienza un camino que, bordeando el pueblo, conduce directamente al camino principal, el levantado en el valle del arroyo Pantueña, que es comunicación natural con la ciudad de Alcalá.
Las dependencias convencionales se desarrollan de norte a sur alrededor de un eje que es un pasillo que comunica iglesia y cilla. Como ya hemos anotado varias veces, de este modo los frailes podían atender simultáneamente ambas dependencias.
A los lados del pasillo tenemos las celdas y otras dependencias como la cocina, el refectorio y las escaleras que permitían subir al palomar o bajar a los sótanos. En todo caso la estructura de cocina y refectorio está hoy en día desdibujada por alteraciones posteriores. La técnica constructiva es la habitual en estos casos en la zona de influencia de Alcalá: muros de tapial y techos de bovedilla.
La iglesia
En el extremo sur se sitúa la iglesia. El templo, que está orientado, es decir, mira hacia oriente, se articula en tres elementos claramente diferenciados: fachada, iglesia propiamente dicha y camarín.
La fachada, de extrema sencillez, tiene muro de sillarejo tan solo roto por algunas ventanas rectangulares y una sencilla, portada de medio punto adovelada por sillares de piedra y coronada por una pequeña hornacina. En el exterior ha desaparecido cualquier elemento decorativo o iconográfico, entre ellos la habitual cruz dominica que remata la portada de sus fundaciones.
Sin embargo el extremo Este de la fachada principal y el lateral correspondiente están realizados en magnífico aparejo de ladrillo con cajas de mampostería y ventanas rectangulares enrejadas.
Todo el conjunto exterior se remata por una sencillísima cornisa de yeso que se trastoca en ladrillo en el extremo Este.
El interior de la iglesia sigue los cánones de la arquitectura de la provincia de Madrid en el s. XVII. De una gran sencillez no exenta de cierta monumentalidad, es un templo de una sola nave dividida en cinco tramos cubiertos por bóveda de lunetos, un tramo cuadrado que hace las veces de crucero y un séptimo tramo donde se ubica el presbiterio.
Los tramos se separan entre sí por pilastras arquitrabadas. Sobre el primer tramo ha desaparecido todo resto del coro que indudablemente tuvo en su origen.
El crucero no se desarrolla en planta pero sí en alzado gracias a una cúpula sobre pechinas muy rebajada para ajustarse al tejado exterior, que no sobresale en forma de cimborrio o linterna. En la clave de la cúpula tenemos un medallón con la figura de Cristo mientras que en las pechinas tenemos medallones con figuras de santos dominicos, lo que se puede apreciar gracias a los hábitos blancos y negros característicos de la orden. Por lo demás es imposible distinguir la identidad de alguno de ellos debido al estado deterioro de estas pinturas que precisan de una restauración urgente.
En el presbiterio tenemos la línea de entablamentos que conforman la cornisa superior prolongándose en el testero y formando un pequeño arco, hoy en día cegado, que es el antiguo transparente donde estaba situada la figura de Nuestra Señora de los ángeles. Más adelante comentaremos este detalle. El retablo original de la iglesia ha desaparecido. Tenemos el dato, sin confirmar, de que fue adquirido por un general francés en 1811 para extraerle el pan de oro.
A la izquierda del presbiterio se abre una pequeña puerta desde la que parten dos tramos de escaleras. El tramo descendente conduce a un semisótano que sin duda corresponde a la antigua sacristía. El tramo superior nos lleva a la parte más importante del templo que es el camarín de la virgen.
Es una pequeña sala superior de planta rectangular cubierta por cúpula sobre pechinas y profusamente decorada por pinturas murales que se comentarán más adelante. Es importante señalar el juego de perspectivas que ofrece el conjunto de la iglesia y camarín a través del transparente del muro testero. De este modo un observador situado en la iglesia y que mirase hacia la figura de la virgen podría apreciar al fondo la cúpula policromada en tonos preferentemente rojizos e inundada de la luz que emana del ventanal trasero y que no se puede apreciar desde la iglesia.
De este modo se consigue por un lado un efecto de contraluz que realza la figura de la virgen y por otro lado crear una cierta atmósfera de irrealidad muy característica de la teatralidad propia del Barroco. Hay que tener en cuenta que la Iglesia Católica del S. XVII es una institución triunfante, la contrarreforma ha afianzado sus dogmas y al creyente no hay que convencerle, hay que deslumbrarle. Y esto se hace tanto en los grandes templos como en las pequeñas ermitas. Pero en este caso, a pesar del lamentable estado de conservación del edificio, de la pérdida de su retablo e imágenes, pero gracias a la conservación de sus pinturas y tal vez y sobre todo al carácter rural e ignoto del conjunto, en medio de una zona casi deshabitada, este juego barroco de perspectivas y luces alcanza una magnitud conmovedora.
Hay que indicar que de todos modos este esquema arquitectónico no es original ni único de este templo. Si nos remitimos a dos centros marianos de la orden dominica en la provincia de Madrid, el ya citado santuario de Valverde de Fuencarral en Madrid sigue exactamente el mismo esquema arquitectónico, aunque excesivamente restaurado. Además en este templo han desaparecido las pinturas murales y las pocas que se pueden apreciar en nuestros días son repintes de un mal gusto prodigioso, por lo que se ha perdido la magia que contiene el de Valverde de Alcalá (dejando de un lado el hecho de que la Autopista N I pasa a 50 m de la fachada del templo de Fuencarral). Por otro lado ya mucha mayor escala también sigue este modelo de iglesia-camarín el conjunto de Nuestra Señora de Atocha de Madrid, convento matriz de la orden y que fue totalmente destruido durante la Guerra Civil. La reconstrucción actual, también de gusto muy discutible, tan sólo sigue en sus líneas generales este esquema.
Las pinturas murales
La orden dominica siempre se ha caracterizado por la alegre policromía con la que decoraba sus templos. En el caso concreto de la iglesia de Valverde tenemos pinturas murales en la iglesia y camarín. En la iglesia ya hemos comentado los medallones con santos dominicos, seguramente Santo Domingo de Guzmán, San Alberto Magno, San Pedro Mártir y Santo Tomás de Aquino con la figura de Jesucristo en el medallón central. Por lo demás la iglesia ha perdido prácticamente toda la policromía, que no tuvo que ser mucha por la presencia del retablo y del transparente que como hemos visto eran capaces de concentrar por sí mismos toda la atención del creyente.
Las pinturas del camarín se adaptan a la estructura arquitectónica de la sala. El rectángulo se transforma mediante dos arcos torales en un cuadrado sobre el que se desarrolla la cúpula. De este modo los cuatro muros que lo conforman describen cuatro arcos laterales con lunetos.
La arquitectura dibuja formas vegetales, sargas, formas geométricas, entablamentos fingidos, columnas salomónicas y frisos que enmarcan las formas figurativas propiamente dichas. La cúpula se sujeta idealmente por ménsulas fingidas que soportan un anillo que da lugar a una cúpula gallonada con dibujos de sarga.
En cuanto a la iconografía, por su ubicación en el camarín, podríamos clasificarla del siguiente modo:
La presencia de la cruz dominica es por razones evidentes. Mucho más enigmática es la presencia de la vidriera fingida que además está semicubierta por un cortinón que se mueve con el viento. Esta vidriera es un típico efecto trampaojo, elemento muy común en la pintura mural palaciega pero raro de encontrar en los templos, donde lo habitual es exagerar o fingir las arquitecturas, pero no engañar con ellas. En este caso la presencia de esta vidriera puede explicarse como un mero ejercicio esteticista porque su ubicación no es casual: está situada encima del ventanal que da luz al camarín, un ventanal invisible para el espectador que está en la iglesia. Sin embargo este mismo espectador si que vería la figura de la virgen enmarcada por la pintura de 1a vidriera. De este modo no se desviaría la atención cualquier otra representación iconográfica y se daría una interpretación, más enigmática todavía si cabe, a la luz que misteriosamente inunda la figura de la virgen.
En cuanto al resto de las figuras, como hemos visto, se refieren al dogma de la lnmaculada Concepción.
Desde sus inicios el cristianismo se ha visto envuelto por la discusión entre maculistas e inmaculistas. Este debate teológico se cerró cuando en 1854 Pío IX publicó la encíclica en la que se establecía el dogma de la Inmaculada Concepción.
Sin embargo en España, desde unos siglos antes, la Iglesia había tomado partido indiscutible por la tesis inmaculista e incluso en 1644 esta fiesta se añadió al calendario religioso español. Este es el motivo por el que la representación de la Inmaculada es tan habitual en el arte español, siendo sin duda el ejemplo más celebre el de las pinturas de Murillo.
La iconografía inmaculista se extendió enseguida por toda la arquitectura española y, evidentemente, en este pequeño convento de Valverde.
Para interpretar esta iconografía nos hemos basado en las letanías de la Virgen de Loreto del año 1576. De este modo tenemos que en estas letanías se compara a la Virgen con:
Las fundaciones dominicas en Alcalá de Henares
Tres fueron las fundaciones dominicas con las que llegó a contar la ciudad universitaria de Alcalá: el colegio de Santo Tomás de Aquino, del que dependía la finca que nos ocupa, el convento de la Madre de Dios y el Convento de Santa Catalina de Siena.
El colegio universitario de los dominicos de Santo Tomás de los ángeles y de Aquino fue fundado en la ciudad universitaria de Alcalá en 1529 por el deán de la catedral de Toledo, don Carlos de Mendoza. El primer emplazamiento estuvo situado en unas casa propiedad del fundador. En 1601 se traslada a la calle de los Colegios a un edificio construido a expensas del Arzobispo de Toledo García de Loaysa. En 1836 fue desamortizado, al igual que la finca de los ángeles, y transformado en prisión y taller penitenciario. La documentaci6n que albergaba fue trasladada a las dominicas de Santa Catalina, corriendo la mala suerte ya descrita. En la actualidad el edificio se encuentra en proceso de restauración para su uso como Parador de turismo.
El convento de Dominicos Recoletos de la Madre de Dios tiene su origen al igual que el anterior en una fundación de los Mendoza, en este caso por doña Juana de Mendoza, en 1562. Como es habitual en las fundaciones complutenses, la primitiva comunidad se asentó en unas casas provisionales hasta que se construyera un templo definitivo, que en este caso fue muy tardío pues se terminó de construir a principios del S. XVIII. En 1698 este convento fue incorporado ala universitario de Alcalá como colegio. Con la Desamortizaci6n fue transformado en juzgados y cárcel, uso que ha mantenido hasta su definitiva restauración como Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid. Resulta especialmente importante en este edificio la decoración de pintura mural conservada en parte de la iglesia y que nos recuerda a la de la finca de los ángeles.
El convento de Dominicas de Santa Catalina de Siena es de nuevo una fundación de los Mendoza, en este caso de Juana de Mendoza y Zúñiga en 1598. Pero como es habitual, la congregación no se instaló en su definitiva sede hasta 1604 en el palacio renacentista donado por Carlos de Mendoza, que data de 1529. Por este motivo este convento, la única institución dominica que resistió la Desamortización en Alcalá, no tiene ninguna relación arquitectónica con las demás fundaciones de la orden en Alcalá y Valverde, cuyos edificios presentan una arquitectura similar encuadrable en el Barroco de la segunda mitad del S. XVII. Arquitectura La estructura arquitectónica del conjunto es francamente interesante y original ésta singularidad proviene del doble uso de la finca: centro mariano y granja agrícola.
Evidentemente que este doble uso en una institución conventual no es algo nuevo. Es fácil recordar los grandes conventos rurales de la Edad Media fundados por órdenes religiosas como los cistercienses o los benedictinos. Pero en este caso nos movemos a una escala mucho menor.
- Iglesia, situada al sur
- Cilla o almacén, situada al norte
- Dependencias conventuales comunicando ambas, lo que permitía a los frailes, y especialmente al cillerero, controlar el culto y la mercancía.
La cilla se sitúa al norte del conjunto, es decir, en la zona más fresca. Es una gran sala rectangular, de unos 200 m2, soportada por cuatro pilares de piedra berroqueña sobre los que se levantan vigas de madera que a su vez crean una techumbre a modo de alfarje.
En el interior, en su lateral norte, se aprecia una ventana y un balcón que se comunican con las dependencias conventuales. Como antes comentábamos, estos elementos permitían al cillerero o fraile encargado del almacén vigilar los productos.
En el exterior, en el lateral Este, se abren tres arcos de ladrillo que forman una pequeña lonja cubierta. Este era el lugar donde se cargaban las mercancías al abrigo de las inclemencias. Precisamente en este punto comienza un camino que, bordeando el pueblo, conduce directamente al camino principal, el levantado en el valle del arroyo Pantueña, que es comunicación natural con la ciudad de Alcalá.
Las dependencias convencionales se desarrollan de norte a sur alrededor de un eje que es un pasillo que comunica iglesia y cilla. Como ya hemos anotado varias veces, de este modo los frailes podían atender simultáneamente ambas dependencias.
A los lados del pasillo tenemos las celdas y otras dependencias como la cocina, el refectorio y las escaleras que permitían subir al palomar o bajar a los sótanos. En todo caso la estructura de cocina y refectorio está hoy en día desdibujada por alteraciones posteriores. La técnica constructiva es la habitual en estos casos en la zona de influencia de Alcalá: muros de tapial y techos de bovedilla.
La iglesia
En el extremo sur se sitúa la iglesia. El templo, que está orientado, es decir, mira hacia oriente, se articula en tres elementos claramente diferenciados: fachada, iglesia propiamente dicha y camarín.
La fachada, de extrema sencillez, tiene muro de sillarejo tan solo roto por algunas ventanas rectangulares y una sencilla, portada de medio punto adovelada por sillares de piedra y coronada por una pequeña hornacina. En el exterior ha desaparecido cualquier elemento decorativo o iconográfico, entre ellos la habitual cruz dominica que remata la portada de sus fundaciones.
Sin embargo el extremo Este de la fachada principal y el lateral correspondiente están realizados en magnífico aparejo de ladrillo con cajas de mampostería y ventanas rectangulares enrejadas.
Todo el conjunto exterior se remata por una sencillísima cornisa de yeso que se trastoca en ladrillo en el extremo Este.
El interior de la iglesia sigue los cánones de la arquitectura de la provincia de Madrid en el s. XVII. De una gran sencillez no exenta de cierta monumentalidad, es un templo de una sola nave dividida en cinco tramos cubiertos por bóveda de lunetos, un tramo cuadrado que hace las veces de crucero y un séptimo tramo donde se ubica el presbiterio.
Los tramos se separan entre sí por pilastras arquitrabadas. Sobre el primer tramo ha desaparecido todo resto del coro que indudablemente tuvo en su origen.
El crucero no se desarrolla en planta pero sí en alzado gracias a una cúpula sobre pechinas muy rebajada para ajustarse al tejado exterior, que no sobresale en forma de cimborrio o linterna. En la clave de la cúpula tenemos un medallón con la figura de Cristo mientras que en las pechinas tenemos medallones con figuras de santos dominicos, lo que se puede apreciar gracias a los hábitos blancos y negros característicos de la orden. Por lo demás es imposible distinguir la identidad de alguno de ellos debido al estado deterioro de estas pinturas que precisan de una restauración urgente.
En el presbiterio tenemos la línea de entablamentos que conforman la cornisa superior prolongándose en el testero y formando un pequeño arco, hoy en día cegado, que es el antiguo transparente donde estaba situada la figura de Nuestra Señora de los ángeles. Más adelante comentaremos este detalle. El retablo original de la iglesia ha desaparecido. Tenemos el dato, sin confirmar, de que fue adquirido por un general francés en 1811 para extraerle el pan de oro.
A la izquierda del presbiterio se abre una pequeña puerta desde la que parten dos tramos de escaleras. El tramo descendente conduce a un semisótano que sin duda corresponde a la antigua sacristía. El tramo superior nos lleva a la parte más importante del templo que es el camarín de la virgen.
Es una pequeña sala superior de planta rectangular cubierta por cúpula sobre pechinas y profusamente decorada por pinturas murales que se comentarán más adelante. Es importante señalar el juego de perspectivas que ofrece el conjunto de la iglesia y camarín a través del transparente del muro testero. De este modo un observador situado en la iglesia y que mirase hacia la figura de la virgen podría apreciar al fondo la cúpula policromada en tonos preferentemente rojizos e inundada de la luz que emana del ventanal trasero y que no se puede apreciar desde la iglesia.
De este modo se consigue por un lado un efecto de contraluz que realza la figura de la virgen y por otro lado crear una cierta atmósfera de irrealidad muy característica de la teatralidad propia del Barroco. Hay que tener en cuenta que la Iglesia Católica del S. XVII es una institución triunfante, la contrarreforma ha afianzado sus dogmas y al creyente no hay que convencerle, hay que deslumbrarle. Y esto se hace tanto en los grandes templos como en las pequeñas ermitas. Pero en este caso, a pesar del lamentable estado de conservación del edificio, de la pérdida de su retablo e imágenes, pero gracias a la conservación de sus pinturas y tal vez y sobre todo al carácter rural e ignoto del conjunto, en medio de una zona casi deshabitada, este juego barroco de perspectivas y luces alcanza una magnitud conmovedora.
Hay que indicar que de todos modos este esquema arquitectónico no es original ni único de este templo. Si nos remitimos a dos centros marianos de la orden dominica en la provincia de Madrid, el ya citado santuario de Valverde de Fuencarral en Madrid sigue exactamente el mismo esquema arquitectónico, aunque excesivamente restaurado. Además en este templo han desaparecido las pinturas murales y las pocas que se pueden apreciar en nuestros días son repintes de un mal gusto prodigioso, por lo que se ha perdido la magia que contiene el de Valverde de Alcalá (dejando de un lado el hecho de que la Autopista N I pasa a 50 m de la fachada del templo de Fuencarral). Por otro lado ya mucha mayor escala también sigue este modelo de iglesia-camarín el conjunto de Nuestra Señora de Atocha de Madrid, convento matriz de la orden y que fue totalmente destruido durante la Guerra Civil. La reconstrucción actual, también de gusto muy discutible, tan sólo sigue en sus líneas generales este esquema.
Las pinturas murales
La orden dominica siempre se ha caracterizado por la alegre policromía con la que decoraba sus templos. En el caso concreto de la iglesia de Valverde tenemos pinturas murales en la iglesia y camarín. En la iglesia ya hemos comentado los medallones con santos dominicos, seguramente Santo Domingo de Guzmán, San Alberto Magno, San Pedro Mártir y Santo Tomás de Aquino con la figura de Jesucristo en el medallón central. Por lo demás la iglesia ha perdido prácticamente toda la policromía, que no tuvo que ser mucha por la presencia del retablo y del transparente que como hemos visto eran capaces de concentrar por sí mismos toda la atención del creyente.
Las pinturas del camarín se adaptan a la estructura arquitectónica de la sala. El rectángulo se transforma mediante dos arcos torales en un cuadrado sobre el que se desarrolla la cúpula. De este modo los cuatro muros que lo conforman describen cuatro arcos laterales con lunetos.
La arquitectura dibuja formas vegetales, sargas, formas geométricas, entablamentos fingidos, columnas salomónicas y frisos que enmarcan las formas figurativas propiamente dichas. La cúpula se sujeta idealmente por ménsulas fingidas que soportan un anillo que da lugar a una cúpula gallonada con dibujos de sarga.
En cuanto a la iconografía, por su ubicación en el camarín, podríamos clasificarla del siguiente modo:
- en los luneros: una encina, una vidriera, un paisaje con torre al fondo y un jarrón con lirios.
- en los medallones de las pechinas: un pozo, el sol, la luna, una fuente.
- en la clave de la cúpula la cruz dominica.
La presencia de la cruz dominica es por razones evidentes. Mucho más enigmática es la presencia de la vidriera fingida que además está semicubierta por un cortinón que se mueve con el viento. Esta vidriera es un típico efecto trampaojo, elemento muy común en la pintura mural palaciega pero raro de encontrar en los templos, donde lo habitual es exagerar o fingir las arquitecturas, pero no engañar con ellas. En este caso la presencia de esta vidriera puede explicarse como un mero ejercicio esteticista porque su ubicación no es casual: está situada encima del ventanal que da luz al camarín, un ventanal invisible para el espectador que está en la iglesia. Sin embargo este mismo espectador si que vería la figura de la virgen enmarcada por la pintura de 1a vidriera. De este modo no se desviaría la atención cualquier otra representación iconográfica y se daría una interpretación, más enigmática todavía si cabe, a la luz que misteriosamente inunda la figura de la virgen.
En cuanto al resto de las figuras, como hemos visto, se refieren al dogma de la lnmaculada Concepción.
Desde sus inicios el cristianismo se ha visto envuelto por la discusión entre maculistas e inmaculistas. Este debate teológico se cerró cuando en 1854 Pío IX publicó la encíclica en la que se establecía el dogma de la Inmaculada Concepción.
Sin embargo en España, desde unos siglos antes, la Iglesia había tomado partido indiscutible por la tesis inmaculista e incluso en 1644 esta fiesta se añadió al calendario religioso español. Este es el motivo por el que la representación de la Inmaculada es tan habitual en el arte español, siendo sin duda el ejemplo más celebre el de las pinturas de Murillo.
La iconografía inmaculista se extendió enseguida por toda la arquitectura española y, evidentemente, en este pequeño convento de Valverde.
Para interpretar esta iconografía nos hemos basado en las letanías de la Virgen de Loreto del año 1576. De este modo tenemos que en estas letanías se compara a la Virgen con:
- Paisaje con torre (luneto sur): puede referirse al jardín cerrado (hortus conclusus) o a la torre de David (Turris davidia)
- Pozo (pechina S.E.): puteus aquarium viventiun
- Sol (pechina S.0.)
- Electra ut sol
- Luna (pechina N.O.)
- Pulcra ut luna
- Fuente (pechina N.E.)
- Fons hortorum
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